Los nombres de las calles no suelen
sorprendernos. Pasamos por ellas a diario para ir al trabajo, de compras o
simplemente de paseo y suponemos que si se llaman así es por alguna razón
justificada. Cuando vemos que corresponden a una persona en concreto damos por
sentado que fue alguien relevante. Cuando al nombre le precede un “doctor”, “coronel” “profesor”
o “almirante” ya tenemos una idea más aproximada del gremio al que perteneció
y en el que se hizo célebre.
Muchas veces se trata de personajes
populares a los que la gente aprecia y de los que mantiene un recuerdo
entrañable. Otras veces se los ha reseñado por el servicio que prestaron a la
comunidad e incluso en el menor de los casos por su comportamiento heroico y
ejemplar.
Sin embargo, ¿qué sucede cuando no lleva
el nombre de ninguna persona?: pues que a veces se trata de algún objeto,
lugar, profesión o una larga serie de cosas conocidas. Es el caso de calles
como “Ferreteros”, “Ebro” o “Ancla”.
Pero ¿qué pasa cuando no sabemos nada
nombre que se le ha dado?… todo parece indicar que su significado nos remite a
un mundo pretérito que se ha resistido a caer en el olvido y llega con
persistencia a nuestros días. Ese podría ser en caso de la calle que hoy nos
ocupa.
Calle
El Cosco
En tiempos “ruines”, como se los calificaba para
contraponerlos a los de prosperidad, la población majorera se vio obligada a
azuzar la imaginación para alimentarse del mejor modo posible. Fue entonces
cuando las plantas “barrilleras” canarias, pertenecientes a la especie Aizoaceae,
comenzaron a tomar importancia. Puede que ya fuesen uno de los principales
alimentos de los aborígenes, pero su consumo había caído casi en olvido porque
se había reservado para las etapas de más penuria.
Esta especie particular del mundo vegetal, que tiene
como ejemplares más conocidos la barrilla y el cosco, retoma su protagonismo en
tiempos de hambruna. Crece cerca del mar, en terrenos bajos y más bien salados,
y su recolección no presenta dificultades. Su denominación botánica procede del
griego y viene a significar “flor del mediodía” en consideración sus flores
blancas y un poco rosadas, que pueden llegar a medir hasta tres centímetros de
diámetro. Las papilas acuosas que muchas veces salpican sus hojas hizo que los
griegos también las conocieran como “cristal” y la variedad llamada cosco se
distingue de las demás por su coloración rojiza oscura muy intensa.
Los campesinos majoreros le daban varios usos. A veces
la quemaban y compactaban su ceniza en una especie de piedras que enviaban a
Inglaterra y a otras partes de Europa, donde se utilizaba para fabricar jabón.
Pero era mucho el cosco recolectado para la alimentación,
y seguía un proceso más complejo. Se recolectaba en verano, coincidiendo con la
temporada de la pesca, el marisqueo y la recogida de la sal y tras secarse y teniendo
en cuenta la escasez de agua de la isla, se llevaba a los “lavaderos”, que eran
lajas inclinadas en cuyo extremo había una poza no muy profunda. Al removerlo
se desprendían unas semillas pequeñas y negruzcas que más tarde se convertirían
en gofio después de tostarlas y pasarlas por el molino de mano, un utensilio
que no solía faltar en ninguna casa.
El gofio de cosco se denominaba a veces “gofio de
vidrio” y se tomaba según el modo tradicional: a cucharadas (sirviéndose de
trozos de cebolla, a modo de cuenco) o como acompañamiento de leche, pescado o
lo que hubiera disponible en aquel momento. Su consumo era meramente familiar,
bien almacenado duraba bastantes meses y sólo en contadas ocasiones se
intercambiaba por otros productos.
Algunos ancianos describen su sabor entre salado y
amargo. Muchos prefieren no recordarlo por no rememorar tiempos aciagos como
los que en Fuerteventura siguieron a las dos Guerras Mundiales, la Guerra Civil
española o los intervalos de sequía persistente. Los más benevolentes comentan
que no estaba tan malo…
Viajeros del siglo XIX como Rene Verneau, en su libro “Cinco años de
estancia en las Islas Canarias” hacía referencia al gofio de cosco al hablar de su camellero: “Lo único que poseía
era su dromedario y con él intentaba alimentar a su familia. Con frecuencia
tenía que reemplazar el gofio de trigo por el de cosco, pero no se lamentaba
mientras pudiese dar de comer a sus
hijos. …Si no pierde el tiempo, un hombre puede recoger alrededor de dos kilos
en un día. … es el único alimento, durante meses, de cientos de seres humanos”.
En 2019 se celebraron en la isla unas
jornadas bautizadas con el pintoresco nombre de “Potaje científico”. Durante
una de sus conferencias, el médico y máster en nutrición don Lester Ramos Hernández
se refirió al gofio de cosco como un alimento muy completo: “tiene una alta cantidad de proteína, además de gran contenido en fibra,
útil para la saciedad, el peso, el cáncer de colon y la diverticulitis. Tiene
hidratos de carbono, de los buenos, al ser tipo sacarosa, así que los
diabéticos los pueden consumir. Pero también contiene ácido palmítico, que no
es recomendable tomar en exceso, por lo que se debe consumir con moderación por
parte de los enfermos oncológicos. El paciente hipertenso también debe
consumirlo con moderación debido a su contenido en sal. Sin embargo, es muy
sano para el microbiota intestinal, para mejorar nuestro sistema inmune y tiene
muy pocas calorías”. El médico en casa…y en tiempos difíciles.