Calle Tabajoste

 

Las calles de Fuerteventura se pueblan de palabras cuyo significado no entendemos a primera vista. Pero nada se ha puesto por azar y no debemos resignarnos a que caigan en el olvido. Hay nombres que aluden a faenas agrícolas ancestrales o a oficios que ya se han dejado de ejercer. En otras ocasiones, se refieren a plantas vinculadas a la tradición canaria, o a piezas de cerámica que ya apenas se fabrican porque han dejado de cumplir la función a la que fueron destinados hace muchísimos siglos. Este sería el caso de la calle “Tabajoste”, que atraviesa la localidad de El Matorral y se encuentra muy cerca del aeropuerto de la isla.

 

 

Calle Tabajoste

 

La palabra “tabajoste” hace referencia a los recipientes que utilizaban los aborígenes de Fuerteventura para recoger la leche de cabra. También se conocían como “tofios”. Se trata de una vasija de barro de fondo plano con un saliente para verter el líquido. Su decoración adquiría diversas formas ya que era sencillo grabar en sus bordes, con herramientas muy básicas, desde los dibujos más sencillos a los más sofisticados. Los más habituales consistían en grecas o espigas. Hoy se pueden ver varios ejemplares en el Museo Etnográfico de Betancuria y en muchos otros de Canarias.

Resultaba muy habitual utilizar recipientes de cerámica para almacenar los alimentos, era una costumbre aprendida en tierras africanas y una labor encomendada sobre todo a las mujeres. Se elaboraban limpiando la arcilla de piedras grandes, machacándola y mezclándola con agua. Se continuaba amasando con más arena y después, con la ayuda de un palo u otro utensilio, se alisaba el material conseguido hasta conseguir el grosor deseado. Nunca se pintaban, por lo que su color era casi siempre marrón, verdoso o parduzco, bastante en consonancia con el de la tierra con que fueron hechas. Como en aquella época no existían los hornos, las piezas se disponían sobre montones de leña, que se cubrían otra vez con más leña para que pudiesen arder durante aproximadamente una hora. Al final la madera se consumía y quedaba sólo la cerámica. Es verdad que no conseguían tanta consistencia como en etapas posteriores cuando el empleo de hornos se popularizó en muchas regiones. Hoy resultan bastante cotizadas y se exponen a la venta en algunos establecimientos. Son especialmente representativas de las islas más orientales del archipiélago: Lanzarote, Fuerteventura y La Graciosa. Piezas similares, aunque con dos asas y con la misma finalidad, se fabricaban también el La Gomera. Se llamaban “carabuchos”. El lenguaje popular ha hecho suyas algunas expresiones muy singulares como “darle una patada al tabajoste”, en el sentido figurado de dejar una tarea a medio concluir o alejarse de algo que resulta engorroso.

 

 

Rosario Sanz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Calle Tinguaro

 

El municipio de Antigua, fundado por colonos europeos teniendo en cuenta la buena calidad de sus tierras y considerado un punto estratégico entre la entonces capital, Betancuria, y los embarcaderos del este de la isla, en especial el de Pozo Negro, guarda también en sus calles la memoria histórica de Canarias. Da fe de ello la que lleva el nombre de Tinguaro.

 

Calle Tinguaro

 

Se cree que en lenguaje guanche Tinguaro significaba hombre de gran valor y esto es lo que se presume de un personaje de Tenerife al que municipio de Antigua ha dedicado una calle en pleno centro urbano, muy cercana a su bonita iglesia.

Parece que este apelativo se lo dio el poeta Antonio de Viana, que publicó en 1604 su famosos poema histórico “Antigüedades de las Islas Afortunadas”, y el nombre se fue repitiendo hasta llegar a nuestros días. Lo tomó del espacio arqueológico de Chiguaro, hoy santuario cristiano, situado en el término municipal de Güímar y primer lugar donde los guanches rindieron culto a la Virgen de Candelaria, encontrada en la playa de  Chimisay en tiempos anteriores a la conquista de la isla.

Conocido también como Chimenchía o Himenchía (los historiadores no se ponen de acuerdo en torno al que fue su nombre verdadero), que significaría “joven rey”, lo cierto es que este personaje pertenecía a la clase social de los achimencey, formando parte por tanto a la clase dirigente. Debió nacer en torno a 1495 y junto a su hermano Bencomo, mencey de Taoro, ha  pasado a la historia como uno de los guerreros que ofrecieron mayor resistencia a la conquista de Canarias.

Según el historiador y médico canario Juan Bethencourt Alfonso, que escribió una interesantísima “Historia del Pueblo Guanche”, Tinguaro era el jefe de la provincia o  achimenceyato de Acentejo.

Antonio de Viana relata también que antes de las batallas que resultaron decisivas, durante el “tagoror” (consejo) mantenido entre los reyes guanches de la isla, Beheneharo, mencey de Anaga, le promete a Tinguaro la mano de su hija Guacimara y la herencia de su reino si consigue derrotar a los castellanos. Guajara, amante de Tinguaro, se siente celosa por en interés de éste muestra ante la propuesta  y consigue que Ryuman, hijo de Bencomo y amante a su vez de Guacimara, huya con la esposa prometida. Tinguaro obliga entonces a Bencomo a casarse con Guajara convirtiéndose no obstante en el gobernador de Anaga. De esta unión nacieron cinco hijos, que al ser bautizados después de la conquista recibieron los nombres  de Ana Hernández Pérez, Pedro Hernández, Francisca Pérez, Inés Pérez y Juana Pérez.

Tinguaro es el gran protagonista de la portentosa victoria que tuvo lugar durante la batalla conocida como “Matanza de Acentejo”, en la  que las tropas castellanas fueron completamente abatidas por los guanches. Meses antes de esta hazaña que permanece inalterable en el imaginario del pueblo canario, en mayo de 1494, el capitán conquistador Alonso Fernández de Lugo  había desembarcado en la isla, penetrando con sus soldados en dirección al valle de La Orotava. Su intención era acabar con la última resistencia que estaba oponiendo el caudillo Bencomo. Pero este decide enviar a su hermano Tinguaro con unos trescientos hombres mientras él reagrupa sus tropas para presentar batalla. La compleja orografía del terreno, que los aborígenes dominaban, sorprende a los castellanos, favorece a los guanches y en el barraco de Acentejo se produce la masacre.

No se amilana Alonso Fernández de Lugo, que regresa al año siguiente después de abastecerse tropas y pertrechos. Tinguaro, envalentonado por la victoria anterior, se pone de nuevo al frente de los guanches, acompañado por su hermano, el mencey Bencomo y el hijo de éste, su sobrino Bentor.

El 14 de noviembre de 1495 se encuentran frente a frente los dos bandos, pero, grave error estratégico de los aborígenes, en vez de en un territorio abrupto lo hacen en una llanura próxima a la actual ermita de Nuestra Señora de Gracia. Comienza así la conocida como “batalla de La Laguna”. Las tropas guanches atacan desde tres frentes: el centro, dirigido por el mencey Bencomo, el ala derecha dirigida por el rey Acamio de Tacoronte, y el ala izquierda defendida por el propio Tinguaro.

Cuando la batalla parece inclinarse definitivamente del lado castellano, los guanches comienzan a retirarse y Tinguaro se dirige a la ladera de la montaña de san Roque. Allí le encuentra el soldado grancanario Pablo Martín Buendía (Gran Canaria ayudó en los años finales a los castellanos a terminar la conquista) y entendiendo mal sus palabras de rendición, le atraviesa con una lanza. Estos hechos parecen pertenecer a la leyenda, pues hay quien dice que fue Bencomo quien hizo frente a Buendía. Lo cierto es que ambos hermanos debieron morir tras la batalla, por lo que Bentor fue entronizado como nuevo rey.

Pero aún no había acabado la guerra y meses más tarde tuvo lugar la conocida como “segunda batalla del Acentejo”, en la que participó Bentor. Ambos bandos lucharon a la desesperada: los castellanos, por subsanar el honor perdido en la anterior batalla, en aquel mismo lugar; los guanches, por recuperar de una vez por todas el dominio de sus tierras. Inclinada la batalla de nuevo a favor de los castellanos, su líder, Bentor, se suicidó despeñándose y quizá pronunciando la frase “Atis tirma”, (“por ti, tierra”), el grito de sus antepasados en momentos similares

Al margen de cómo se desarrollaran con exactitud todos estos acontecimientos, es un hecho que la muerte de estos caudillos debilitó la resistencia y facilitó finalmente la incorporación de todo el archipiélago a la Corona castellana.

 

 

Rosario Sanz Vaquero

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