Atravesamos las calles, quedamos con amigos y familiares en plazas y bulevares y muchas veces no sabemos lo que se encuentra tras el nombre que las singulariza. En ocasiones se trata de un personaje destacado, otras rinden homenaje a un colectivo significativo e incluso algunas dejan constancia de especies de flora o fauna que se han querido dignificar para que no se pierdan en la memoria.

Vamos a hablar hoy de una calle muy habitual en la mayor parte de las grandes ciudades canarias. Su repetición debería indicarnos que se trata de algo que posee una especial relevancia en la historia de nuestras islas. Nos referimos a la calle Juan de Bethencourt.

 

Calle Juan de Bethencourt

 

Muchísimas localidades canarias han dedicado alguna calle al navegante y explorador normando Juan de Bethencourt. Es un recordatorio clave para entender la historia de las islas. En Fuerteventura tenemos, además, todo un municipio, Betancuria, que fue su primera capital y donde se fundó el primer convento franciscano con intención de convertir a toda la población al cristianismo. El convento de San Buenaventura fue el primero de Canarias, perteneció a la orden franciscana y significó el primer eslabón del nuevo plan misionero que se iría extendiendo por todas las islas.

Si nos acercamos a la biografía de Juan de Bethencourt descubrimos que nació allá por el año 1362 en el castillo de la población de Grainville la Teinturiere, en la Alta Normandía francesa, feudo propiedad de su padre. Recibió el nombre de Juan IV de Bethencourt y además del señorío al que debía su apellido ostentó también el título de barón de Saint Martin le Gaillard. Pasó su niñez en el castillo paterno bajo la tutela de su madre y de su abuelastro (el segundo marido de su abuela), un tal Mathieu de Braquemont, que era partidario de Carlos II de Navarra durante los disturbios que se produjeron en Normandía en aquellos años. Carlos V de Francia consideró un peligro a todos aquellos nobles que se podían poner del lado de sus enemigos y mandó destruir el castillo de los Bethencourt un año después del fallecimiento de su padre.

Poco se sabe de esta etapa posterior, pero sí se asegura que Juan tomó interés por los temas de navegación y que viajó en una expedición a Túnez y más tarde a Génova, donde entabló contacto con marinos italianos que le pudieron hablar de unas islas perdidas en el Atlántico. Quizá los rumores sobre la existencia de valiosos tintes extraídos de una planta conocida como orchilla, o sobre el jugo mágico de un árbol conocido como drago...todo pudo alentar al joven Bethencourt, a quien también animaba la idea de establecerse cerca del continente africano para debilitar a los musulmanes y extender y reforzar la fe cristiana.

Su tío, Roberto de Braquemont, intercedió ante la reina Catalina, esposa del Rey Enrique III de Castilla, que le permitió la expedición a Canarias para interesarse en su conquista. Pero éste delegó en su sobrino, Juan de Brethencourt, que ya se encontraba en 1401 en el puerto francés de La Rochelle, preparando la expedición. Allí trabó contacto con Gadifer de La Salle, gentilhombre del Rey de Francia, asociándose los dos en la ambiciosa empresa.

En 1403 avistaron las costas de Lanzarote y tomaron tierra en un islote desértico que según las descripciones pudo ser la isla de La Graciosa. Conquistada Lanzarote, Enrique III nombró a Juan de Bethencourt feudatario de Canarias. Le siguió la conquista de Fuerteventura y tras un breve regreso a Francia ocupó las islas de El Hierro y La Gomera.

Enemistado con Gadifer de La Salle por lo que éste consideraba un agravio comparativo, ganó todos los pleitos ante el Rey y su socio acabó abandonando sus reivindicaciones. En 1412 Juan de Bethencourt rindió homenaje feudal ante Juan II, nuevo Rey de Castilla, en presencia de su tío, el señor de Braquemont. Volvió a Francia para intervenir en la Guerra de los Cien Años dejando Canarias a la libre disposición de su sobrino Maciot. Los conflictos navales complicaron la situación de Canarias y en 1418  Maciot vendió las islas conquistadas a don Enrique de Guzmán, conde de Niebla y noble castellano de la Casa de Medina Sidonia, que había enviado provisiones a Lanzarote y Fuerteventura durante varios años. De este modo, aunque Maciot de Bethencourt siguió gobernando como delegado del señor de Guzmán, las islas pasaron a ser propiedad de un noble de ascendencia española.

 

 

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