El Ayuntamiento de Tuineje
decidió hace unos años colocar una plaza debajo de los letreros de algunas de
sus calles con denominación más significativa. Se trataba, como es lógico, de
acercar a los transeúntes a aquellos nombres que no habían sido elegidos al
azar sino que respondían una razón específica: homenajear o recordar a una
persona, a un producto, a una zona específica del litoral majorero o a una voz
rescatada del lenguaje de los guanches que se fue transmitiendo a través de los
siglos.
En esta línea podemos
encontrar que Gran Tarajal rinde homenaje también a “Don Antonio, el Maestro” a “Juan, el Patrón”, o a “Pepe, el Carretero” a
cuyos personajes nos iremos refiriendo en sucesivas publicaciones. Hoy vamos a
acercarnos a la calle Amanay.
Calle Amanay
En lenguaje
prehispánico, Amanay significaba “agua que da vida” y nos remite a una playa de
singular belleza al pie de unas montañas de las que brotaba un agua dulce que
los aborígenes majoreros recogían para beber y cocinar. Podemos encontrarla al
norte de la zona conocida como La Pared y no muy lejos y bastante enfrente del
Mirador Astronómico de Sicasumbre.
En las cercanías se
localiza el barranco del mismo nombre, en lo que hoy es una zona bastante
deshabitada de la parte occidental
del municipio de Pájara, de una orografía muy compleja y accidentada que
presenta uno de los estados evolutivos más erosionados de todo el archipiélago
canario. Casi siempre se dedicó al pastoreo y en el último tercio del siglo XX fue
campo de tiro militar mientras la Legión tuvo su sede en Fuerteventura.
El topónimo Amanay, que da nombre a esta
calle ubicada en pleno centro de Gran Tarajal, aparece por vez primera en el
mapa que el ingeniero italiano Leonardo Torriani dibujó de la isla de
Fuerteventura a finales del siglo XVI y al hacer referencia a uno de los pocos
puertos practicables en la costa oeste de la isla, es citado mucho en la
documentación antigua.
Con la misma ortografía actual de Amanay
aparece en el exterior del mapa que Briçuela y Casola hicieron de la isla en el
primer tercio del siglo XVII.
Años más tarde, en un informe del alcalde
mayor de Fuerteventura de 1719 se decía, con la ortografía propia de la época,
tan distinta de la de hoy, que "el
puerto de Amanai solo se frecuenta de varcos de pesca que allí llegan, y en él
no ai trajín ni peligro considerable por la gran distancia de los pueblos".
En la descripción de puertos y playas de
la isla que hace a mitad del siglo XVIII Antonio Riviere se dice que en la
caleta nombrada Manay "ai agua, manantial y salubre, no ay poblazión, y
es desierta". Como Amanay vuelve a nombrarlo este mismo autor en la
descripción de las atalayas desde las que se vigilaba la isla entera "día
y de noche con horden de comunicar las novedades que descubran", y
como Punta de Amanaí lo escribe en el mapa que él mismo dibujó de la isla de
Fuerteventura.
También aparece reseñado como puerto de
Amanay en el mapa de Quesada y Chaves, que data de la segunda mitad del XVIII.
Escrito de maneras diferentes, pero muy similares,
es totalmente reconocible en la etimología bereber y su significado vendría a
describir un lugar alto desde el que se domina una amplia perspectiva, lo que deja
entrever que debió ser también una especie de atalaya defensiva para proteger
la costa oeste de Fuerteventura. Y en efecto, la región denominada Amanay está
en el extremo occidental de la isla y es una geografía de muchas alturas
panorámicas. Incluso en la costa en que desemboca el barranco hay una Cresta de
Amanay que justificaría ese significado. Habría que añadirle esas pequeñas
cumbres que derramaban sobre los majoreros un agua codiciada en una isla que estaba
abocada a las frecuentes sequías. Un lugar privilegiado, en definitiva, digno
de recordarse en el callejero de Fuerteventura.
Rosario Sanz Vaquero
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