Muchas calles de Fuerteventura se han
dedicado a preservar la memoria de personas anónimas que destacaron por algún
motivo entre sus contemporáneos. En ocasiones, fue por sus profesiones, como es
el caso de «Juanito, el patrón» «Practicanta Chanita» o «Pepe, el carretero»,
que enriquecen el callejero de la localidad de Gran Tarajal y basta indagar un
poco para encontrar en la actualidad quien rememore sus biografías. En otros
casos, fueron sucesos trágicos los que armaron la leyenda popular hasta el punto
de que quedase constancia en rincones de la isla. Es el caso de la calle «Juanito,
el cojo».
Calle
Juanito, el cojo
Resulta peculiar encontrarse en Puerto del Rosario con
una calle bastante empinada con aspecto de callejón y leer en la placa
identificativa que lleva el nombre de un señor al que en su día se le apodó
como «el cojo». Uno se plantea sin duda lo dificultoso que le resultaría al tal
Juanito ascender hasta la calle de arriba, a pesar de que en la actualidad se
han instalado varios pasamanos, lo que da idea del desnivel por el que transcurre.
Al investigar más sobre la figura de este personaje,
se descubre que este es el lugar donde tuvo lugar un hecho terriblemente
luctuoso: el asesinato de un canario llamado Jerónimo Fernández Jorge a manos
de Juan Morales Álvarez, conocido precisamente entre sus vecinos como «Juanito,
el cojo».
El protagonista de esta historia, al margen del
fallecido, había nacido en 1839 en la localidad de Tetir, desde cuya vega se
trasladó al entonces Puerto de Cabras abandonando las labores agrícolas y
ganaderas para abrir una carnicería. En la capital majorera habían nacido sus
tres hijos: Josefa (1875), Victoria (1880) y Pablo (1882). Todos ellos llevaban
por segundo apellido Barrera, que era el que correspondía a su madre, que
falleció a los pocos años.
Puerto de Cabras era por aquel entonces muy distinto
al que hoy conocemos, un puñado de casas cuya justicia pilotaba en torno a un
juzgado de paz que derivaba los asuntos importantes a Arrecife, la capital de
la isla vecina de Lanzarote.
El «correíllo», como se conocía al barco que hacía
escala en la isla un día a la semana, transportaba personas y mercancías dando
al puerto un toque de modernidad e intensa vida comercial que tenía como
contrapartida algún que otro altercado por culpa del ron que se dispensaba en las
cantinas. Por aquella época ya se habían instalado en Puerto Cabras algunos
miembros de la Guardia Civil y algunos militares que residían en la calle de la
Marina.
En este ambiente de frecuente intercambio de personas
y circunstancias arribaba a Puerto de Cabras de vez en cuando un tal Jerónimo
Fernández Jorge, muy conocido por todos como «Momito, el de María Jorge», que
había nacido en la capital en 1845. La potencial víctima solía formar parte de
la tripulación de las balandras de Agustín Pérez y era famoso por sus
constantes incursiones en todo tipo de bares y garitos. Así las cosas. «Momito»
comenzó a rondar a las hijas de Juan Morales, cosa que disgustó a su padre, ya
viudo y con unos sesenta años. Hasta tal punto llegó a incomodarle la situación
que una vez dijo a sus vecinos en la pescadería de José Machín: «¡un día de
estos lo abro en canal…!».
La tragedia se desató un seis de marzo de 1901, al atardecer.
Esa mañana había llegado Jerónimo Fernández Jorge, que se entretuvo durante
casi todo el día haciendo su habitual ronda por la localidad donde no era
famoso precisamente por sus buenas costumbres. En vez de visitar a su madre y a
sus hermanos, Antonio (Puerto de Cabras, 1875) e Isabel (Santa Cruz de Tenerife,
1883), merodeó por los alrededores de la casa de Juan Morales y éste salió a recibirle
con un cuchillo en la mano. El carnicero, que se hacía llamar «cortador» y
estaba acostumbrado a degollar animales, lo siguió hasta darle alcance y le
asestó una puñalada que lo dejó muerto en el acto. Después, se limpió el
cuchillo en el mismo mandil de carnicero y pretendía volver a su negocio cuando
fue hecho preso por varios agentes de la Guardia Civil que habían sido
alertados al presenciar la discusión entre ambos hombres. Días después, se le embarcó
en la goleta «Beatriz» y se le puso a disposición
de las autoridades judiciales de Arrecife junto a lo que se consideró el arma
del delito. Los diarios canarios dijeron a los pocos días que la puñalada en el
corazón había sido certera y que la víctima trabajaba como pescador y tenía 24
años.
Ambas familias decidieron poner una pequeña cruz en el
lugar de los hechos y esta se encontraba precisamente donde posteriormente se
construyó un estrecho callejón, frente al Mercado Municipal de la capital
majorera.
Rosario
Sanz Vaquero
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