Calle Manuel Velázquez Cabrera

 

Tiscamanita, un pequeño pueblo eminentemente agrario perteneciente al municipio de Tuineje, en Fuerteventura, tiene el honor de ser la cuna del insigne político Manuel Velázquez Cabrera que nació en el número diez de la calle Justo Évora de esta villa en 1863. La casa, que hoy es de propiedad pública, tiene un patio central con un especiero y una escalera de piedra por el que se accede al sobrado con piso de madera, una biblioteca con numerosos fondos que reunió uno de sus sobrinos tras regresar de la Guerra de África, cocina, varias habitaciones y otros patios traseros.

Huérfano de madre desde los tres años, Manuel recibió instrucción primaria en las escuelas de Antigua y Tuineje, de las que su vivienda distaba apenas cinco kilómetros. También estudiaría en la escuela del municipio de Pájara.

La situación económica y social estaba condicionada por el sistema de influencias de unas pocas familias adineradas y su propio padre, ante la mala marcha de los negocios, se vio obligado a emigrar a Uruguay. A los doce años, Manuel y su hermano viajaron para encontrarse con él, pero desgraciadamente la muerte le sorprendió antes de ver llegar a sus hijos.

Huérfanos y solos en aquellas tierras, los hermanos Velázquez Cabrera tuvieron que hacerse fuertes y capear el temporal que se les vino encima, cosa que consiguieron con mucho esfuerzo.

Manuel regresó a Las Palmas para ingresar en el Seminario Diocesano, donde permaneció cinco años. Posteriormente concluyó sus estudios de Bachillerato en el Instituto de La Laguna y finalizó su carrera de Derecho en Madrid.

Sus ideales se forjaron tras analizar la Historia del Derecho del Régimen Local de Canarias, a lo que se unió su enorme capacidad de observación del momento que le tocó vivir y en el que las algunas islas mayores ejercían de imán del progreso y la riqueza mientras el resto del archipiélago se quedaba rezagado.

Decidido a cambiar el curso de la Historia, recabó apoyos por toda la Península e hizo numerosos viajes para difundir sus ideas. Finalmente, realizó con enorme esfuerzo el que se conocería como Plebiscito de las Islas Menores, que acabó cuajando en la sede de los poderes centrales de Madrid hasta dar lugar la Ley de Cabildos de 1912.

Hoy día tiene una escultura en la misma puerta del Cabildo majorero, a tan sólo unos metros de otra estatua dedicada a Unamuno, a quien el visitante a veces confunde por no ser una figura tan reconocida fuera de Canarias. Basta acercarse para comprobar que se trata de otro personaje ilustre, en este caso un majorero a quien todo el archipiélago le debe la iniciativa de que cada isla tuviese su propio centro de Gobierno tal y como de alguna manera se había hecho durante miles de años.

 

Rosario Sanz Vaquero

 

 

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