Calle El Cosco

 

En tiempos “ruines”, como se los calificaba para contraponerlos a los de prosperidad, la población majorera se vio obligada a azuzar la imaginación para alimentarse del mejor modo posible. Fue entonces cuando las plantas “barrilleras” canarias, pertenecientes a la especie Aizoaceae, comenzaron a tomar importancia. Puede que ya fuesen uno de los principales alimentos de los aborígenes, pero su consumo había caído casi en olvido porque se había reservado para las etapas de más penuria.

Esta especie particular del mundo vegetal, que tiene como ejemplares más conocidos la barrilla y el cosco, retoma su protagonismo en tiempos de hambruna. Crece cerca del mar, en terrenos bajos y más bien salados, y su recolección no presenta dificultades. Su denominación botánica procede del griego y viene a significar “flor del mediodía” en consideración sus flores blancas y un poco rosadas, que pueden llegar a medir hasta tres centímetros de diámetro. Las papilas acuosas que muchas veces salpican sus hojas hizo que los griegos también las conocieran como “cristal” y la variedad llamada cosco se distingue de las demás por su coloración rojiza oscura muy intensa.

Los campesinos majoreros le daban varios usos. A veces la quemaban y compactaban su ceniza en una especie de piedras que enviaban a Inglaterra y a otras partes de Europa, donde se utilizaba para fabricar jabón.

Pero era mucho el cosco recolectado para la alimentación, y seguía un proceso más complejo. Se recolectaba en verano, coincidiendo con la temporada de la pesca, el marisqueo y la recogida de la sal y tras secarse y teniendo en cuenta la escasez de agua de la isla, se llevaba a los “lavaderos”, que eran lajas inclinadas en cuyo extremo había una poza no muy profunda. Al removerlo se desprendían unas semillas pequeñas y negruzcas que más tarde se convertirían en gofio después de tostarlas y pasarlas por el molino de mano, un utensilio que no solía faltar en ninguna casa.

El gofio de cosco se denominaba a veces “gofio de vidrio” y se tomaba según el modo tradicional: a cucharadas (sirviéndose de trozos de cebolla, a modo de cuenco) o como acompañamiento de leche, pescado o lo que hubiera disponible en aquel momento. Su consumo era meramente familiar, bien almacenado duraba bastantes meses y sólo en contadas ocasiones se intercambiaba por otros productos.

Algunos ancianos describen su sabor entre salado y amargo. Muchos prefieren no recordarlo por no rememorar tiempos aciagos como los que en Fuerteventura siguieron a las dos Guerras Mundiales, la Guerra Civil española o los intervalos de sequía persistente. Los más benevolentes comentan que no estaba tan malo…

Viajeros del siglo XIX como Rene Verneau, en su libro Cinco años de estancia en las Islas Canarias” hacía referencia al gofio de cosco al hablar de su camellero: “Lo único que poseía era su dromedario y con él intentaba alimentar a su familia. Con frecuencia tenía que reemplazar el gofio de trigo por el de cosco, pero no se lamentaba mientras pudiese dar de comer a  sus hijos. …Si no pierde el tiempo, un hombre puede recoger alrededor de dos kilos en un día. … es el único alimento, durante meses, de cientos de seres humanos”.

En 2019 se celebraron en la isla unas jornadas bautizadas con el pintoresco nombre de “Potaje científico”. Durante una de sus conferencias, el médico y máster en nutrición don Lester Ramos Hernández se refirió al gofio de cosco como un alimento muy completo: “tiene una alta cantidad de proteína, además de gran contenido en fibra, útil para la saciedad, el peso, el cáncer de colon y la diverticulitis. Tiene hidratos de carbono, de los buenos, al ser tipo sacarosa, así que los diabéticos los pueden consumir. Pero también contiene ácido palmítico, que no es recomendable tomar en exceso, por lo que se debe consumir con moderación por parte de los enfermos oncológicos. El paciente hipertenso también debe consumirlo con moderación debido a su contenido en sal. Sin embargo, es muy sano para el microbiota intestinal, para mejorar nuestro sistema inmune y tiene muy pocas calorías”. El médico en casa…y en tiempos difíciles.

 

 

El Ayuntamiento de Tuineje decidió hace años rendir homenaje a los primeros maestros de la zona, en concreto a los que ejercieron en Gran Tarajal. Así podemos ver plazas que recuerdan a “Don Antonio el maestro”, “Doña Josefina la maestra” o “don Luis el maestro», cuya figura vamos a reseñar a continuación.

 

Calle Don Luis el maestro

 

Don Luis Cabrera, conocido por todos como don Luis, el maestro, es una figura significativa de lo que supuso para Gran Tarajal una hornada de profesores excepcionales que supieron transferir sus conocimientos y su formación personal y humanística a centenares de alumnos.

Tal es el caso de los recordados entrañablemente en sendas placas de la localidad, como don Antonio o doña Josefina. También don Luis dejó su impronta personal entre muchos de los alumnos de Gran Tarajal, algunos de los cuales todavía pasean hoy por sus calles. Le recuerdan como a un hombre afable y recto que les impartió una excelente educación que abarcaba todas las materias, de las que era experto.

Nació en el emblemático municipio grancanario de Teror en el seno de una familia bastante humilde. Su madre, que quedó muy pronto a cargo de una numerosa prole, consiguió que entrase como monaguillo en la Basílica de Nuestra Señora del Pino, Patrona de la diócesis de Canarias. Allí, el párroco que le daba clase se percató enseguida de su inteligencia y afán por conocer y decidió ayudarle para ingresar en el Seminario de Las Palmas. Aquella era siempre una solución para que muchachos con pocas posibilidades de costearse estudios superiores pudiesen acceder a unos conocimientos tan completos como los que proporcionaba la Iglesia. Algunos descubrían años más tarde su escasa vocación religiosa y abandonaban este camino, pero aquella formación permitió a muchos jóvenes llegar a ser excelentes sacerdotes.

Don Luis Cabrera pertenecía al primer grupo y al acabar el bachillerato fue reclutado por las tropas de Franco para participar en la guerra civil durante la cual combatió en los frentes de Andalucía. Acabada la contienda, obtuvo el título de maestro y comenzó dando clases en la localidad grancanaria de Agaete. Más tarde fue destinado a Toto, en Fuerteventura, un paraje que siempre se ha caracterizado por su agricultura floreciente, pero las circunstancias hicieron que una riada destruyera la escuela en la que trabajaba. Recaló en Gran Tarajal, que ya por entonces despuntaba como una de las más pujantes localidades majoreras, y comenzó impartiendo sus clases en el antiguo Bar Playa, que ya no existe, y hasta en un almacén de tomates.

Don Luis Cabrera es recordado por los vecinos más mayores como un profesor excepcional que no se limitaba a enseñar lo básico sino que actualizaba constantemente sus conocimientos, lo que sin duda contribuyó a que sus alumnos fueran considerados de los mejor preparados. Creo una Academia para que pudieran obtener el título oficial de Bachillerato y cuando iban a examinarse a Puerto del Rosario los intercalaban entre el resto de alumnos al considerarlos, en general, más aventajados. De hecho, los estudiantes de Gran Tarajal fueron de los primeros universitarios que dejaron Fuerteventura para proseguir sus carreras en la Universidad de Las Palmas.

Por aquel entonces, había en esta zona de Tuineje hasta nueve escuelas para acoger a los muchos alumnos de la zona. Incluso a los de las casas de Las Playitas (entonces un reducto marinero, convertido hoy en un importante foco turístico) se los recogía a diario para que pudiesen acudir a estudiar. Don Luis consideró entonces la idea de que era mejor unificar todas las escuelas en una sola y se puso de acuerdo con el inspector de educación, don Cristóbal García Blairzy, cuyo nombre lleva hoy un colegio por ser él quien consiguió la reagrupación.

Compatibilizó durante muchos años las labores docentes en Gran Tarajal con la dirección de las escuelas de la zona centro y sur de la isla (desde Antigua a Morro Jable). A su casa acudían con frecuencia muchos maestros que departían con don Luis y su esposa en un ambiente de familiaridad absoluta.

Una vez jubilado, volvió a su Gran Canaria natal y se instaló en el municipio de Santa Brígida para ayudar en el cuidado de su cuñado. Posteriormente un familiar le cedió una casa en Teror, donde falleció en 1982 rodeado del cariño de sus familiares y amigos.

 Gran Tarajal rinde en algunas de sus calles un significativo homenaje a personas que en su día fueron muy conocidos en la localidad contribuyendo a forjar parte de su historia. Es el caso de las que se han rotulado como “Juan el patrón”, “Francisco el estelero” o “Pepe el carretero”, a la que dedicamos este capítulo de las calles majoreras.

 

 

Calle Pepe el carretero

 

Situada al final del barrio alto de Gran Tarajal, casi al pie de la montaña, la calle “Pepe el carretero” nos recuerda la trayectoria de José Rodríguez González. Fue un hombre polifacético que vivió en esta localidad gran parte de su vida, desempeñando diversas tareas con las que consiguió sacar adelante a una familia numerosa compuesta por su mujer y siete hijos.

Nació en tierras del municipio de La Oliva, bastante más al norte de la isla majorera, en marzo de 1916. Tras una breve estancia en Las Palmas regresó a Fuerteventura y se casó con una joven de Tiscamanita. Su casa, que era la única que en aquella época se levantaba en la zona alta de Gran Tarajal, estaba muy cerca de un polvorín donde se almacenaba la dinamita que se utilizaba para algunas obras que precisaban perforar las rocas. De hecho, a su calle se la conocía desde siempre como la del polvorín

La dinamita llegaba en barco de Las Palmas y Pepe el carretero era la persona autorizada para vendérsela a todos aquellos que le mostraran un justificante sellado por la Guardia Civil. Así se evitaba que fuese utilizada para otros fines y todo quedaba bajo control.

Paralelamente a esta labor, comenzó a trabajar por cuenta ajena repartiendo agua con un carro y haciendo diversos encargos. La recogida se hacía en la finca llamada “Casa Mille”, donde había un pozo que daba agua abundante y de muy buena calidad. Después consiguió trabajar de manera autónoma y cuando ya el suministro de agua estaba más controlado (la transportaban camiones especializados en bidones galvanizados), Pepe el carretero sólo siguió llevando agua a don Cosme Ortega Ávila, conocido en el pueblo como “Cosmito”, dejando el resto de la carga para consumo propio.

Finalizada la etapa como repartidor de agua, se volcó por completo en su trabajo de transportista, recogiendo con su carro todo tipo de mercancías para llevarlas al puerto de Gran Tarajal, donde embarcaban hacia Gran Canaria con destino, a veces, a otras islas e incluso hasta la Península. A su vez, repartía por la localidad los encargos que le realizaban. En esta época coincidió trabajando en el mismo sector con Juan el patrón, al que también en Gran Tarajal han dedicado una calle. Ambos pilotaban la mayor parte del trasiego de personas o mercancías que se efectuaban en aquella época.

Pasaron los años y evolucionaron las dinámicas del transporte, que quedaron en manos de empresas más grandes. Pepe el carretero fue contratado entonces por la hija de don Manuel González Ramírez, el dueño de gran parte de las tierras de la parte alta de la localidad. Allí ejerció su última labor, que consistió en llevar la granja avícola instalada muy cerca de su casa hasta el momento de su jubilación.

Falleció el once de noviembre de 1986, a los setenta años de edad, dejando tras sí una amplísima familia y un entrañable recuerdo.

 

 


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